—Por favor, sabio maestro, enséñeme a
ser feliz.
—¿Cómo enseñarte, amigo, a satisfacer algo
que sólo tú sabes hacer y qué significa para ti? Ser feliz es un
desafortunado concepto que aprendemos. No creo que estemos destinados a ser
felices. Buscar ser feliz es como tener hambre. Sólo el hambre te mueve a que
busques comida y te plantees un método para no padecerla. Así, la vida de la humanidad
gira en torno de éste y otros menesteres. Su vida está para satisfacer esta
necesidad, trabaja para comer, duerme para trabajar… y se ata a la mesa. Las
personas comen y ya piensan en su próxima comida. Saben que aunque coman, están
destinadas a comer de nuevo; y así buscan la felicidad, pero para ella no hay
hitos específicos, como sentarse a la mesa. Se es feliz y no se valora, se
piensa siempre en una porción más grande de alegría. Como este apetito es tan
grande no se sacia y siempre se tiene el manjar en mente. Si no existe bocado
suficientemente grande para llenar ese hueco, no hay posible felicidad humana.
—¿Entonces no se puede ser feliz?
—Se puede, pero no como tú piensas.
—No entiendo, se puede, ¿pero no mi
felicidad personal?
—Así es. Ser feliz es similar a la lucha
contra la gula. El humano es simple cuando se piensa en él como analogía de sí
mismo. No puede hacer otra cosa más que replicarse en todo lo que hace. Como en
este caso. Lo primero que debes hacer es borrar el manjar de tu cabeza, es tan
delicioso que costará. Después comienza a preparar pedazos pequeños y amargos,
de tal suerte que no quieras comer más hasta la próxima ocasión en que el
cuerpo pida. La falta de placer al comer te hará no esperar con tanta ansia la
comida. Hazlo así un tiempo. Come con austeridad.
»Un buen día tu cuerpo se acostumbrará a
comer poco, entonces dale poca comida rica. Te garantizo que degustarás cada
bocado. Cada pequeño bocado será la gloria.
—¿De modo que para ser feliz hay que ser
conformista? ¡Bah!
—Nunca he dicho esto. No te recomendé
tirarte en el campo a comer hierba amarga. Dije prepara los pedazos amargos.
Nunca se deja de luchar. Imagina la vida de trabajo arduo, como pequeños
bocados gratificantes. Ahora piensa que el trabajo intenso te traiga alguna vez
ese preciado manjar, su sabor sería indescriptible, pero no te hará parar. Al
no tener una meta máxima, no afectará tu trabajo, pues desconoces de manjares,
los olvidaste hace tiempo.
—Qué fácil es hablar cuando se sabe todo y
hablar de ignorancia es un lujo.
—No, no lo sé todo. Tengo la facultad
de que aquello que digo sueno correcto o bello, pero no significa que todo sea
cierto. Si algo nos hace felices, ¿por qué debemos constatar que es cierto?
Quizá ya sea muy viejo, pero a veces pienso que la gente quiere ser infeliz.
Desea conocer, busca por doquier, y con regularidad considera cierto lo
inmediatamente malo que encuentra, haciendo que lo bueno que antecedía a lo
malo desaparezca, como si jamás hubiese existido. Tenemos un extraña fijación
por lo malvado, que aunque la maldad sea menor que la bondad, la maximizamos.
»Sobre el saber, no lo sé todo.
No sé mucho de maldad y la que me acontece intento verla como lo que es, un
evento que no debe eclipsar la luz de mis días. Me gusta pensar que así como lo
bueno es pasajero, lo malo también lo es. Lo malo son pedazos no muy dulces,
que nos hace más sensibles a su sabor opuesto, hace a lo dulce más dulce y al
manjar ambrosía.
—Entonces es feliz porque sabe cómo
hacer todo esto que describe.
—No te equivoques. No soy feliz
porque sé. Soy feliz porque ignoro. Ignoro cómo hacer grandes las cosas malas,
cómo girar mi vida en torno a las tragedias, cómo evitar que el cuerpo y el
alma hagan lo que les es tan natural: cicatrizar. Todo esto se aprende en
malhadados momentos, de infortunados seres. Amigo mío, yo no soy feliz porque
sé, soy feliz porque ignoro. Desconozco lo suficiente para no complicarme la
vida.
All by Sergio Vergara.
¡COMENTEN Y RECOMIENDEN LA PÁGINA!
SÍGUEME EN: