¿Iré o no iré? No es lo correcto
y lo sé, pero mis pies ya empezaron a andar. Cada paso acallado mío susurra que
es malo, innoble, pero el resto de mi cuerpo los ignora, como siempre.
La tímida luz de su taller se
encendió y tomé aire al recordar las sensaciones que seguían a ese evento
desde hacía seis meses atrás. Me causó escalofrío pensar en las frías herramientas
contrastando con su ardiente cuerpo. Hoy pasaría, era inevitable. El deseo nos
superaba. Era como si nos perdiéramos en él, o nos fusionáramos y de pronto no
sabíamos dónde estábamos. Al unirnos éramos otra persona, una tercera, que no
compartía nuestros valores, creencias, compromisos, lealtades; era egoísta,
mezquina, celosa, egotista y a la que sólo le interesaba el placer inmediato. Pero
era perfecta en toda esa imperfección.
Mi celular se encendió de nuevo y
mis muslos se contrajeron, pero ya estaba afuera. Crucé el umbral, seguías
viendo tu celular y sonreíste con malicia al verme.
«Vení», dijiste. Por instinto,
por decencia, por un poco de mi lealtad, dije no con la cabeza, pero ya venías
por mí, robaste mi respiración con un beso, sentí que algo se expandió en mí.
De pronto me perdí. Me veía desde fuera, comportándome como otra persona, que
disfrutaba, con espontaneidad, con avidez, como animal llegando al abrevadero.
Un tornado de sensaciones se formaban dentro de mí y culminaba con un grito, a
veces dos, a veces más, a veces casi amanecía.