¿Iré o no iré? No es lo correcto
y lo sé, pero mis pies ya empezaron a andar. Cada paso acallado mío susurra que
es malo, innoble, pero el resto de mi cuerpo los ignora, como siempre.
La tímida luz de su taller se
encendió y tomé aire al recordar las sensaciones que seguían a ese evento
desde hacía seis meses atrás. Me causó escalofrío pensar en las frías herramientas
contrastando con su ardiente cuerpo. Hoy pasaría, era inevitable. El deseo nos
superaba. Era como si nos perdiéramos en él, o nos fusionáramos y de pronto no
sabíamos dónde estábamos. Al unirnos éramos otra persona, una tercera, que no
compartía nuestros valores, creencias, compromisos, lealtades; era egoísta,
mezquina, celosa, egotista y a la que sólo le interesaba el placer inmediato. Pero
era perfecta en toda esa imperfección.
Mi celular se encendió de nuevo y
mis muslos se contrajeron, pero ya estaba afuera. Crucé el umbral, seguías
viendo tu celular y sonreíste con malicia al verme.
«Vení», dijiste. Por instinto,
por decencia, por un poco de mi lealtad, dije no con la cabeza, pero ya venías
por mí, robaste mi respiración con un beso, sentí que algo se expandió en mí.
De pronto me perdí. Me veía desde fuera, comportándome como otra persona, que
disfrutaba, con espontaneidad, con avidez, como animal llegando al abrevadero.
Un tornado de sensaciones se formaban dentro de mí y culminaba con un grito, a
veces dos, a veces más, a veces casi amanecía.
Aún separados por unos metros y
unas paredes, exigíamos nuestros cuerpos muchas noches, haciendo patente que
nos pertenecíamos. Los celos me corroían cuando estabas lejos, cuando alguien
te tocaba, si reías alegremente con alguien más; yo también sonreía, un poco
lejos de ti. Si nuestras miradas se cruzaban por error, las apartábamos de
inmediato, a veces te reclamaba en ese ínfimo encuentro, creo que lo
disfrutabas.
Cada vez podías verme menos, por
muchas razones. Mi mente viajó a mundos posibles en que tu calor lo compartías
con alguien más. La tercera persona moría de frío. Requería revivirla, aunque fuera en otros brazos.
Se encendió mi celular. Eran las
tres de la mañana… No apareció el torbellino, sólo fue como un levantamiento de
polvo que me ensució. La tercera persona apenas te entibió.
Días de sospecha, clavabas un
puñal en mi cuerpo a la distancia. La tercera persona sufría, algo debía hacer.
Se encendió mi celular, está vez
había sol… ni el sol calentó a la tercera persona.
Se encendió mi celular, era la
una de la mañana, mis muslos se estremecieron, los pasos susurraron, pero
hesitaron, la luz de tu taller se encendió y sabía que debía confesarme
contigo, que hice dos veces lo que seguro tú hiciste muchas más, aunque nunca
tuve esa certeza. Era un día 24, como el día que esto pasó por primera vez. A
punto estaba de hablar, pero sellaste mis labios con besos. El torbellino volvió, la persona
resucitó… El grito… Los gritos.
Después, en el silencio
advertiste que algo guardaba. Tus ojos, tu boca, tu ceño… asustaste a la
tercera persona. Me fui. Antes de tocar el pomo de mi puerta, el invierno llegó
a mí.
Mi celular, no se enciende, mis
pasos no se acallan, la luz no se prende, pero mis ojos no se duermen. La
tercera persona perece congelada por la ausencia de la pasión que le daba vida.
Los torbellinos cambiaron por
frías lluvias. Los torbellinos tienen una fuerza impresionante, pero así como
llegan se van, dejando un vestigio de destrucción que nadie ve en el frenesí
del espectáculo.
Mi insomnio sigue, pero no por el
choque térmico de las herramientas y tu cuerpo, sino por la ausencia, por lo
que perdí. Qué hago con este hueco que dejaste, no quieres saber de mí. Ni
siquiera me gusta escribir y heme aquí. Es la una de la mañana.
All by Sergio Vergara.
*Basada en una historia que me
contaron para el concurso “Cuéntame tu historia y obsérvala convertirse en un
poema o cuento”. Pido una disculpa por las imprecisiones que pueda tener con la
historia real.
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