Google

viernes, 14 de septiembre de 2012

ENTRE LA MIEL Y EL VENENO



Mientras la lluvia atiere mi espalda y mi cuerpo extraña tu calor, pienso: ¿Si no podría ser yo quien comparta el lecho cálido al que nunca faltas? ¿Si no merezco incluso los días grises de ti y no sólo el sudor de noches frías? Son quejas, siempre quejas mías que acallas con un beso que me hipnotiza. Si intento liberarme, me atas a tu cuerpo con tus brazos y me calmas con tu voz; mientras imantas esa sucia cama con promesas, que tú no crees, pero yo sí. Creo...

Ya no recuerdo con claridad cómo se produjo el vórtice que me trajo hasta aquí, de pie, con los dientes castañeando, esperando que puedas huir un momento; mendigando tiempo y rezando para cometer una vez más ese adorable pecado.

¡Dicen que no te amo! Si por ti he renunciado a mi ser, mi dignidad y mis valores. Mi cuna perdió frente a tu cama en una pelea que se decidió cuando nos vimos. Este amor secreto, mudo, sordo, invisible, que sólo existe en los recovecos de un hotel; es de esas clandestinidades apasionantes, cuyo atractivo es que en cualquier momento, sin aviso alguno, puede acabar destruyendo todo con la fuerza implacable del amor que contiene.

Quizá sucumbamos alguna vez en uno de eso vientos huracanados que creamos al amarnos, o tal vez la lava nos calcine un día o no podamos regresar de un beso a tomar aire de nuevo. Quizá esta lluvia y este frío apaguen mi corazón antes que lo incendies de nuevo, o tu adiós y tu olvido me dejen sin alma en un cuerpo vivo… Pero no. Hoy no. Ya vienes.

jueves, 13 de septiembre de 2012

EL SABIO O SOBRE LA FELICIDAD


Por favor, sabio maestro, enséñeme a ser feliz.

—¿Cómo enseñarte, amigo, a satisfacer algo que sólo tú sabes hacer y qué significa para ti? Ser feliz es un desafortunado concepto que aprendemos. No creo que estemos destinados a ser felices. Buscar ser feliz es como tener hambre. Sólo el hambre te mueve a que busques comida y te plantees un método para no padecerla. Así, la vida de la humanidad gira en torno de éste y otros menesteres. Su vida está para satisfacer esta necesidad, trabaja para comer, duerme para trabajar… y se ata a la mesa. Las personas comen y ya piensan en su próxima comida. Saben que aunque coman, están destinadas a comer de nuevo; y así buscan la felicidad, pero para ella no hay hitos específicos, como sentarse a la mesa. Se es feliz y no se valora, se piensa siempre en una porción más grande de alegría. Como este apetito es tan grande no se sacia y siempre se tiene el manjar en mente. Si no existe bocado suficientemente grande para llenar ese hueco, no hay posible felicidad humana.

—¿Entonces no se puede ser feliz?

—Se puede, pero no como tú piensas.

—No entiendo, se puede, ¿pero no mi felicidad personal?

—Así es. Ser feliz es similar a la lucha contra la gula. El humano es simple cuando se piensa en él como analogía de sí mismo. No puede hacer otra cosa más que replicarse en todo lo que hace. Como en este caso. Lo primero que debes hacer es borrar el manjar de tu cabeza, es tan delicioso que costará. Después comienza a preparar pedazos pequeños y amargos, de tal suerte que no quieras comer más hasta la próxima ocasión en que el cuerpo pida. La falta de placer al comer te hará no esperar con tanta ansia la comida. Hazlo así un tiempo. Come con austeridad.

»Un buen día tu cuerpo se acostumbrará a comer poco, entonces dale poca comida rica. Te garantizo que degustarás cada bocado. Cada pequeño bocado será la gloria.

—¿De modo que para ser feliz hay que ser conformista? ¡Bah!
—Nunca he dicho esto. No te recomendé tirarte en el campo a comer hierba amarga. Dije prepara los pedazos amargos. Nunca se deja de luchar. Imagina la vida de trabajo arduo, como pequeños bocados gratificantes. Ahora piensa que el trabajo intenso te traiga alguna vez ese preciado manjar, su sabor sería indescriptible, pero no te hará parar. Al no tener una meta máxima, no afectará tu trabajo, pues desconoces de manjares, los olvidaste hace tiempo.

—Qué fácil es hablar cuando se sabe todo y hablar de ignorancia es un lujo.

No, no lo sé todo. Tengo la facultad de que aquello que digo sueno correcto o bello, pero no significa que todo sea cierto. Si algo nos hace felices, ¿por qué debemos constatar que es cierto? Quizá ya sea muy viejo, pero a veces pienso que la gente quiere ser infeliz. Desea conocer, busca por doquier, y con regularidad considera cierto lo inmediatamente malo que encuentra, haciendo que lo bueno que antecedía a lo malo desaparezca, como si jamás hubiese existido. Tenemos un extraña fijación por lo malvado, que aunque la maldad sea menor que la bondad, la maximizamos.

»Sobre el saber, no lo sé todo. No sé mucho de maldad y la que me acontece intento verla como lo que es, un evento que no debe eclipsar la luz de mis días. Me gusta pensar que así como lo bueno es pasajero, lo malo también lo es. Lo malo son pedazos no muy dulces, que nos hace más sensibles a su sabor opuesto, hace a lo dulce más dulce y al manjar ambrosía.

Entonces es feliz porque sabe cómo hacer todo esto que describe.

No te equivoques. No soy feliz porque sé. Soy feliz porque ignoro. Ignoro cómo hacer grandes las cosas malas, cómo girar mi vida en torno a las tragedias, cómo evitar que el cuerpo y el alma hagan lo que les es tan natural: cicatrizar. Todo esto se aprende en malhadados momentos, de infortunados seres. Amigo mío, yo no soy feliz porque sé, soy feliz porque ignoro. Desconozco lo suficiente para no complicarme la vida.


All by Sergio Vergara.


¡COMENTEN Y RECOMIENDEN LA PÁGINA!


SÍGUEME EN:

lunes, 3 de septiembre de 2012

SOBRE EL SENTIMIENTO DE JUSTICIA




Obra de modo que las cosas malas parezcan injustas y no obra de karma o precio por pecado. Compórtate con el otro como si te trataras en un espejo, con las consideraciones y desconsideraciones que piensas merecer. Es mejor creerse víctima de la maldad de los demás que sujeto de interminables expiaciones. Aunque el concepto de justicia es prácticamente irrealizable, es común el sentimiento de su antítesis, que radica en toda alma humana; pero la justicia es como la satisfacción absoluta humana del apetito, que al comer demasiado creemos estar satisfechos, como si de algún modo cargáramos el cien por ciento de  las energías, pero que no contamos con aquella utilizada en el consumo, procesamiento y degradación de los alimentos, que sólo después serán energía; por lo que la satisfacción nunca es completa y como la felicidad, que si existe, dura menos de un segundo en su cúspide, a partir de la cual medimos el resto de nuestras vidas.