No soy perfecto y nunca he dicho
algo semejante. Si yo veo defectos en mí, para los otros debo ser un síndrome
de cosas imperfectas. No tengo obligación de ser normal, ni de hacerte feliz,
mucho menos de estar contigo.
Soy lo que soy, hago lo que
puedo, en la medida de mis virtudes y defectos. No estoy enfermo. No soy una
enfermedad que deba erradicarse. Si modifico algo en mí es porque lo deseo,
oculto algo de mí que consideras malo y lo hago porque lo decido.
El problema no es problema en
aislado, se vuelve cuando nos unimos. En
la soledad, mi mal humor no afecta, mi risa estridente tampoco, ni siquiera las
caras extrañas que hago al pensar, que tanto te molestan.
La felicidad depende de hasta qué
punto puedes soportar mi imperfección y normalizar mi anormalidad. No
cambiamos, sólo decidimos actuar, pensar y sentir diferente, en función de un
bien mayor: estar juntos.
A solas soy perfecto, pero no
quiero estar solo. Rechazo mi oportunidad a la perfección. Aun así, y lo digo
como exigencia a mi inherente derecho de vivir y existir:
¡No quiero ser curado
de ser yo mismo!