Por una parte nos enseñan las leyes de
la Iglesia y por otro, las de los hombres,
las mujeres confían en la naturaleza de
los hombres y nosotros en que todo es cierto.
No hay salida. Dudar no es de hombres.
—¿Acepta a Mónica como su esposa?— Inquirió el padre mientras la audiencia esperaba
expectante. Creo que el suspenso lo esperan de la novia en las novelas, pero de
ninguno en una boda en la que se supone se aman mutuamente, mucho menos de un
hombre seguro como yo. Pensé en que no sabía cómo sería mi vida de ahora en
adelante. El control del tiempo, la
exclusividad del cuerpo, la disponibilidad del dinero, lo que se espera de mí…
y no sé cuánta cosa que no había contemplado. Lo hago ahora, para mi desgracia,
con ese poder misterioso del cerebro para distorsionar el tiempo y crear los
segundos más eternos de mi vida.
Mientras miro sus hermosos ojos negros confirmo
cuánto la amo, la deseo y quiero estar con ella; pero ¿hasta que la muerte nos
separe? De pronto el tiempo se proyectó frente a mí, como si de un camino sin
fin se tratara. ¿Cuánto ocurrirá en ese trayecto? Cuando lo que nos obligue a
estar juntos, no sea el amor en sí, ni siquiera la biología, sino una cadena
invisible, una prisión sin posibilidad de salida, un contrato que no tiene en
cuenta la tendencia natural humana al
cambio.
Un hombre no tiene derecho a dudar, a temer, a no
querer algo que se supone natural en él. Recuerdo esa primera vez, que sé que
nos condena al infierno y que hoy negociamos ante Dios: a mí me enseñaron que
las personas sólo se les está permitido acercarse carnalmente luego del
santísimo matrimonio, pero también escuché a hombres, como mi padre (hombre unido
por este divino lazo desde hace 25 años), por ejemplo, decir: “Pues te la
hubieras chingado”, a otro hombre unido bajo el mismo sacramento. Pareciera que
el hombre es una bestia que busca sexo, que lo desea, que viviría fornicando si
le fuera posible; para mí no lo es, el acto de entrega del cuerpo es un juego
de dos, íntimo, místico, especial. Pero tengo prohibido expresarlo. En esa
noche, apenas dije “no” y ella se formuló una madeja de teorías sin boca ni
cola, cuyos tópicos saltaban entre: su fealdad imaginaria, infidelidad de mi
parte, falta de amor, homosexualidad… entre otras que no entendí. Si sólo le
hubiera dicho que quería esperar, que quizá era un buen momento para ella, pero
no para mí, sus teorías se habrían confirmado, al menos en su cabeza. Sin
posibilidad de decidir por nuestra parte, los hombres estamos a su merced; no
porque sea un castigo o un sacrificio lo que hacemos en ese momento; pero se
siente algo extraño saber que ser hombre es como no tener derecho a elegir
sobre nuestra sexualidad, no es natural pensar al respecto; especialmente
porque no nos cuestionamos sobre ello, está tan naturalizado que ya no duele,
como sí les duele a las mujeres, pero no es por causa de que deba doler, sino
que a ellas las condicionaron para creer que duele y a nosotros, no poder decir
que quizá duele un poco. Pero si así lo quisiera Dios así sería. Cada quién
cumple lo que él ordenó. Así que esto no es verdad.