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lunes, 22 de octubre de 2012

EDUCARNOS PARA EDUCAR


Nos devanamos los sesos pensando cómo enseñar a pensar a los niños,
cuando los adultos aún no hemos logrado ese cometido.

"La educación comienza en casa", es un dicho popular y una verdad de perogrullo. Incluso los padres saben que ellos son los responsables de que sus hijos aprendan cuestiones básicas de socialización y valores, aquellos que les serán útiles en el futuro y que son socialmente aceptables. Por ello, las enseñanzas de casa son muy importantes y determinantes para suponer qué clase de adulto habrá como producto de la combinación de ciertos factores ambientales. Lo que ocurre en casa es el único punto de referencia que tiene un niño por algunos años, cree en que las personas se casan, si vive con una pareja casada o no entiende por qué tal persona tiene dos papás o sólo mamá cuando él tiene por padres a una pareja “normal”. En la escuela se aprenden cuestiones esencialmente académicas, pero no exclusivamente. Existen investigaciones que demuestran la importancia del tipo de maestro en el tipo de ciudadano que se forma.

Muchos autores reconocen la importancia de la familia y la escuela en el desarrollo de las personas y las sociedades (v.gr. Bronfenbrenner, Berger y Luckmann por mencionar algunos). Con esta premisa, pensemos ¿dónde radican los problemas sociales como la discriminación, la violencia de género, el bulling o la delincuencia? No pretendo parecer ingenuo ni reduccionista al decir que la familia y la escuela son el origen de todos los males y que partiendo de esto podemos cumplir cualquier utopía de la que los legos acusan a los psicólogos. Sin embargo, y como propuso Ockham: la explicación más simple a menudo es la correcta. Analizando retrospectivamente a las personas, no cabe duda que la infancia afecta a tal grado que no se puede superar fácilmente lo aprendido, pero aquello poco recordado y cuestionado de la infancia, marca en muchas formas los derroteros de nuestros comportamientos, sentimientos y creencias. Estos aprendizajes son la respuesta a: por qué las personas visten como lo hacen (por concordancia o rebeldía), experimentan ciertos miedos o su postura ante ciertos tópicos. La cuestión más importante del porqué está formación es tan determinante, es porque no es evidente para la mayoría de las personas. Éstas tendrían que viajar a una etapa de sus vidas que escapa a la videncia perfecta de sus reminiscencias. Un lugar oscuro en el que no entraba aún el juicio y aceptaban todo sin resistencia. No hay motivo alguno para pensar que los padres o los maestros enseñan cosas sólo para dañar, y en efecto, es poco probable que lo hagan con esa intensión. En realidad es que eso mismo es lo que a ellos les enseñaron, y siguen con vida. Piense en cuántas generaciones de humanos "aprendieron" a partir de la sangre, cuántos no veían raro el maltrato que les daban sus profesores o sus padres, ahora, ¿cuántos están dispuestos a permitir que lo mismo ocurra a sus hijos o sobrinos? Es verdad que la violencia se aprende, pero la historia también nos enseña que la “no violencia” también.

En casa se proporciona un conocimiento anticientífico, basado en creencias con el sólo fundamento empírico; en teoría, la escuela muestra fundamentos científicos, pero mediante actitudes anticientíficas, pensamientos que les fueron implantados en sus propias familias. Es decir, tanto para padres como para maestros hay una imposibilidad de enseñar algo que ellos mismos no comprenden, la referencia no es su preparación sino su ideología. “Formen dos filas, una de niños, otra de niñas”, “Las niñas jueguen básquetbol y los niños fútbol”; son frases de personas que, sin ánimos de ser discriminatorios, lo son. La educación va más allá de los textos, incluye actitudes que forman en los pupilos las ideas de los que es correcto e incorrecto en nuestra sociedad.

¿La solución?, pueden preguntar al autor de manera ferviente, para que acalle sus quejas, ¿o es que acaso quiere dar un panorama gris y determinista que sólo demuestra que somos indiferentes por herencia? Claro que no. La solución, es colocar robots sin historia familiar, que impartan clases científicas sin connotaciones estereotípicas (aunque esto no sería posible). Otra alternativa, la más cercana a nuestra realidad, es crear un tipo diferente de humanos con creencias reflexionadas.

Nadie podría decir a ciencia cierta qué comportamientos e ideas traerían un mundo sin problemas, con justicia y demás; nadie puede garantizar un bienestar universal. Empero sí podemos atisbar la tendencia mundial y detectar qué es lo que parece problemático a la luz del presente, como muchos problemas relacionados con la intolerancia, como los mencionados con antelación. Crear un tipo diferente de humanos no tiene que esperar a trabajar con neonatos y confiscarlos para moldearlos a los propósitos de la ciencia y las teorías; sino concientizar a padres, maestros y demás personas que coadyuvan la formación de los nuevos humanos, de los futuros ciudadanos, de los próximos que pasarán la estafeta de este mundo a una nueva generación. La educación no debe limitarse a los infantes, debemos considerar que incluso las ideas que tenemos sobre el mundo pueden causar aquello que deseamos solucionar. La buena voluntad no basta.

Existen modelos educativos como Filosofía para Niños, propuesto por Matthew Lipman, que enseñan a pensar a los alumnos, pero hace falta un modelo semejante que haga los mismos con padres y maestros, para que en progresión geométrica se alcance a mayor población. La idea básica de este argumento es, como padres y educadores: ¿Con qué frecuencia nos cuestionamos los que sabemos antes de enseñarlo? ¿Realmente enseñamos a los niños lo que deseamos que aprendan?

El autor considera que las ideas simples y no cuestionadas, a menudo son las más peligrosas. La propuesta, comenzar a dudar sobre nuestros propios paradigmas, como personas y como sociedad.

(Artículo escrito para la revista Evolución Educativa)

Por Sergio Vergara


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