Nos devanamos los sesos pensando cómo enseñar a pensar a los niños,
cuando
los adultos aún no hemos logrado ese cometido.
"La
educación comienza en casa", es un dicho popular y una verdad de perogrullo.
Incluso los padres saben que ellos son los responsables de que sus hijos
aprendan cuestiones básicas de socialización y valores, aquellos que les serán
útiles en el futuro y que son socialmente aceptables. Por ello, las enseñanzas
de casa son muy importantes y determinantes para suponer qué clase de adulto
habrá como producto de la combinación de ciertos factores ambientales. Lo que
ocurre en casa es el único punto de referencia que tiene un niño por algunos
años, cree en que las personas se casan, si vive con una pareja casada o no entiende
por qué tal persona tiene dos papás o sólo mamá cuando él tiene por padres a
una pareja “normal”. En la escuela se aprenden cuestiones esencialmente
académicas, pero no exclusivamente. Existen investigaciones que demuestran la
importancia del tipo de maestro en el tipo de ciudadano que se forma.
Muchos autores
reconocen la importancia de la familia y la escuela en el desarrollo de las
personas y las sociedades (v.gr. Bronfenbrenner, Berger y Luckmann por
mencionar algunos). Con esta premisa, pensemos ¿dónde radican los problemas
sociales como la discriminación, la violencia de género, el bulling o la
delincuencia? No pretendo parecer ingenuo ni reduccionista al decir que la
familia y la escuela son el origen de todos los males y que partiendo de esto
podemos cumplir cualquier utopía de la que los legos acusan a los psicólogos.
Sin embargo, y como propuso Ockham: la explicación más simple a menudo es la
correcta. Analizando retrospectivamente a las personas, no cabe duda que la
infancia afecta a tal grado que no se puede superar fácilmente lo aprendido,
pero aquello poco recordado y cuestionado de la infancia, marca en muchas formas los
derroteros de nuestros comportamientos, sentimientos y creencias. Estos aprendizajes son la respuesta a: por qué las personas visten como lo hacen (por
concordancia o rebeldía), experimentan ciertos miedos o su postura ante ciertos
tópicos. La cuestión más importante del porqué está formación es tan
determinante, es porque no es evidente para la mayoría de las personas. Éstas
tendrían que viajar a una etapa de sus vidas que escapa a la videncia perfecta
de sus reminiscencias. Un lugar oscuro en el que no entraba aún el juicio y
aceptaban todo sin resistencia. No hay motivo alguno para pensar que los padres
o los maestros enseñan cosas sólo para dañar, y en efecto, es poco probable que
lo hagan con esa intensión. En realidad es que eso mismo es lo que a ellos les
enseñaron, y siguen con vida. Piense en cuántas generaciones de humanos
"aprendieron" a partir de la sangre, cuántos no veían raro el maltrato
que les daban sus profesores o sus padres, ahora, ¿cuántos están dispuestos a
permitir que lo mismo ocurra a sus hijos o sobrinos? Es verdad que la violencia
se aprende, pero la historia también nos enseña que la “no violencia” también.
En casa se
proporciona un conocimiento anticientífico, basado en creencias con el sólo
fundamento empírico; en teoría, la escuela muestra fundamentos científicos,
pero mediante actitudes anticientíficas, pensamientos que les fueron
implantados en sus propias familias. Es decir, tanto para padres como para
maestros hay una imposibilidad de enseñar algo que ellos mismos no comprenden,
la referencia no es su preparación sino su ideología. “Formen dos filas, una de
niños, otra de niñas”, “Las niñas jueguen básquetbol y
los niños fútbol”; son frases de personas que, sin ánimos de ser
discriminatorios, lo son. La educación va más allá de los textos, incluye
actitudes que forman en los pupilos las ideas de los que es correcto e
incorrecto en nuestra sociedad.
¿La solución?,
pueden preguntar al autor de manera ferviente, para que acalle sus quejas, ¿o
es que acaso quiere dar un panorama gris y determinista que sólo demuestra que
somos indiferentes por herencia?
Claro que no. La solución, es colocar robots sin historia familiar, que
impartan clases científicas sin connotaciones estereotípicas (aunque esto no
sería posible). Otra alternativa, la más cercana a nuestra realidad, es crear
un tipo diferente de humanos con creencias reflexionadas.
Nadie podría
decir a ciencia cierta qué comportamientos e ideas traerían un mundo sin
problemas, con justicia y demás; nadie puede garantizar un bienestar universal.
Empero sí podemos atisbar la tendencia mundial y detectar qué es lo que parece
problemático a la luz del presente, como muchos problemas relacionados con la
intolerancia, como los mencionados con antelación. Crear un tipo diferente de
humanos no tiene que esperar a trabajar con neonatos y confiscarlos para moldearlos
a los propósitos de la ciencia y las teorías; sino concientizar a padres,
maestros y demás personas que coadyuvan la formación de los nuevos humanos, de
los futuros ciudadanos, de los próximos que pasarán la estafeta de este mundo a
una nueva generación. La educación no debe limitarse a los infantes, debemos
considerar que incluso las ideas que tenemos sobre el mundo pueden causar
aquello que deseamos solucionar. La buena voluntad no basta.
Existen modelos
educativos como Filosofía para Niños, propuesto por Matthew Lipman, que enseñan
a pensar a los alumnos, pero hace falta un modelo semejante que haga los mismos
con padres y maestros, para que en progresión geométrica se alcance a mayor
población. La idea básica de este argumento es, como padres y educadores: ¿Con
qué frecuencia nos cuestionamos los que sabemos antes de enseñarlo? ¿Realmente
enseñamos a los niños lo que deseamos que aprendan?
El autor
considera que las ideas simples y no cuestionadas, a menudo son las más
peligrosas. La propuesta, comenzar a dudar sobre nuestros propios paradigmas,
como personas y como sociedad.
(Artículo escrito para la revista Evolución Educativa)
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