Hola, “A”:
Hoy he llegado de la
iglesia tan pronto como he podido. Sentí que tenía que apuntar el
sentimiento lo más rápido posible, creo que debo comunicarte esto
lo más fielmente que mi mundana memoria me lo permita. Tú, como la
especie de deidad que eres, no podrías comprender estas
limitaciones.
Debo convencerme de que
no es un sueño, pues si mañana despertara y ni tú, ni siquiera
este papel existiera, no lograría volver a la cordura. Requiero
evidencia. Saber que un ser como tú está aquí, que esos ojos son
de un ángel que vive en la Tierra. Lo son, lo sé.
Eres tan joven y con una
belleza tan inaudita, más inaudita que el hecho de que te fijaras en
mí. Un viejo extraño, casi sin vida; quien me viera pensaría que
mi único futuro próximo sería la tumba, y tú te has interpuesto.
¿Tienes una idea de lo
que eso significa para alguien como yo? Sin un amor, más que Dios,
en toda su monótona vida; una persona ciega, más que por la edad,
por la regularidad de una existencia con muchas aparentes certezas,
pocas preguntas, invisibles metas y nulas pasiones. Soy el habitante
de un llano, que aceptó que sólo ese lugar era seguro, que no
exploró más allá de él, ni aunque muriera de hambre y el
horizonte prometiera abundancias. “El horizonte es malo”, me
dije, “si quiero garantizarme la vida eterna en el Cielo, debo
permanecer en este llano con pocos frutos, con disminuidos placeres,
que encona menesteres. Nací para sufrir.”, me resigné, “El
sufrimiento es la cuota del Paraíso. Quinientos mil azotes de
pesares y dos millones trece mil sesenta y nueve de celibato…
Mmhmm… Le corresponde una buena suite con vista a la mollera del
niño Dios”.
El habitante del llano
había oído hablar de depresiones y grandes montañas, lugares donde
a Dios se le dificultaba mirar; sitios vedados por una voz que
alguien dijo que oyó.
¿Quién diría que la
Tierra se mueve de tal manera que una majestuosa montaña se posó
ante mí ayer, al casi entrar la noche?
Sentado en el
confesionario como si, por una broma cruel, el mundo se hubiese
detenido sin siquiera darme aviso. Los últimos rayos de sol
dibujaron la silueta más perfecta del mundo, aproximándote como si
flotaras a causa de que el suelo era indigno de tu planta, tal como
un accesorio lujoso en un mendigo.
Aun cerca no pude
reconocerte, pero tu olor me hechizó, sentí que te conocía de toda
la vida. Fue tan lógico, debía pasar. Tu presencia sobrehumana me
intimidó en un principio, pero tu belleza me anestesió, no pude
sentir nada más que admiración y deseos de escuchar tu voz. Me
sentí flotar, la atención en tus ojos y tus labios era la prioridad
de mi cerebro, se agolparon mis estructuras, no pudiendo realizar más
funciones. No tuve tiempo de dudar, mi juicio se nubló y no
surgieron como antes todos los códigos morales, los mandamientos,
pasajes bíblicos conductores, nada. Ojos hermosos y labios
deseables, sólo eso. Nada más.
Imagina mi estupor al
escuchar tu voz. Que inaudito placer. El llanero que sólo estaba
separado de las maravillas de la grandiosa montaña por una persiana.
Una perfecta analogía de mi vida, que da cuenta del absurdo de
soportar los vientos huracanados del deseo un cuerpo tan endeble, por
tantos y tanto años.
De pronto pensé en
Dios, un dedo ígneo señalando mi ignominioso cuerpo; pero un ser
tan maravilloso no puede ser producto sino de Dios mismo. Entonces
recordé, como un barullo proveniente de la calle, los rumores sobre
alguien que arribó a la comunidad recientemente. Las personas de
pueblos, tan poco modernos, suelen ser escandalosos con los
advenedizos, para ellos todos son enviados del demonio, que siempre
tiene oscuras empresas y párvulas víctimas. De hecho esto me
anunciaron en la mañana. Me advirtieron que la bruja del pueblo,
¡hazme el favor!, anunció la llegada del Diablo, que traería
desgracia y que necesitaba lo santo, buscaba paz causando
guerra. Dios sabrá qué significa eso.
Tus ojos son en lo único
que puedo pensar, qué te puedo decir. Las cosas buenas vienen a mí
con tan poca frecuencia que deseo permanecer en un sueño que volver
a una horrible realidad en que no existes. Si fueras el Diablo, que
cruel Dios por no intervenir; si eres producto de él, que
inteligente estratagema utilizó conmigo. Por otro lado, una vida
miserable con un final tan espectacular hablaría de justicia
universal.
A todo esto, sólo puedo
decir algo. Te lo digo a ti amor mío y todo Aquello que tenga acceso
al conocimiento de mis deseos y mis propósitos (llámese Dios,
Lucifer o Universo):
¡Que es un amor profano el que siento en las entrañas!
¡Que es veneno carcomiéndome la
mente!
No sé qué clase de maldición es la
que estoy viviendo,
pero aseguro que no puedo confundir la
ambrosía con una daga.
¿Cómo es que el amor puede fungir
como pecado?
¿Es el amor como el hielo, que no
sabes si congela o quema?
¡Que me condeno a las llamas del
infierno!
Lo que siento es tan inevitable que
hasta duele ir en su contra,
se ha calcificado, estoy maldito y no
me importa.
¿Y qué de ti al respecto? No puedes
creer en una mentira tan impía.
dime que este sentimiento diáfano es
ahora sórdido.
No sé tú, pero mi alma es de quien
considere correcto este amor
y si eso significa abrir las puertas
del averno. Bienvenidos seamos.
Soy un loco que camina
feliz a su muerte, quizá. Un desquiciado que anda en empedrado
hiriéndose y sangrando, muriendo a cada paso, caminando hacia un
pozo de fuego; pero con una enorme sonrisa en el rostro, bajo el
efecto de la más poderosa droga en el mundo: Amor. Se siente tan
raro escribirlo como decirlo. ¡A mi edad! Esa palabra da risa. La
única persona que puede parar este enorme ferrocarril eres tú.
Nadie más.
Si Dios no deseara
nuestro conocimiento, nos los impediría, empero no es así. Nos
conocimos, nos amamos y queremos estar juntos. Sé que nadie aceptará
esto, pero de igual modo tendremos que luchar.
No entiendo por qué
deseas que permanezca en el púlpito. Una recóndita parte de mí
teme que esto sea una mala jugada del universo o un ser superior
jugando conmigo como un títere, pero es tan ínfima que apenas tomo
conciencia de ella. Las palabras pueden ser arrastradas por el viento
con suma facilidad, pero también mover sencillamente la voluntad
férrea de un curtido hombre, de un fiel sacerdote. Sonarán toda la
noche, toda la vida, la hermosa frase que, si no la imprimo pronto en
este papel, me convenceré que nunca ocurrió:
“ME GUSTAS FERMÍN.”
Hasta siempre “A”.
All by Sergio Vergara
Orales... que fragmento tan cálido, por breve que es, te sumerge en la historia palpando cada frase. Una buena distracción. ->
ResponderEliminarHola. Hace un tiempo que no te leía. Un gusto.
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