Entre “vivir sin ti” y “morir por ti”, prefiero la segunda opción; pues la primera es muerte de por sí y la segunda requiere de un proceso.
Si prácticamente he nacido sin vida o al menos con condena a muerte, que bajo tu yugo claudique mi alma.
Si algo he de elegir alguna vez, que sea mi guisa de morir, que indirectamente determina mi forma de vivir: así que hazme sufrir, si es lo que debo pagar para estar contigo.
¡Que duela!, significa que sigo con vida. El dolor es la diferencia entre la vida y la muerte y tú me haces sentir consciente de mi vida.
Si he de morir, si resulta inevitable, que sean tus amorosas manos quienes me den paz.
Si la vida sólo se distingue de la muerte por la presencia del dolor y tus manos y tus tratos me lo facilitan, me hacen vivir emociones casi extracorporales; que manera tan sutil de dar vida tienes, amor mío.
Si la muerte alivia el dolor, que caracteriza a la vida; que tu cuerpo y tus labios desgarren mi cuerpo y mi alma, dándome la paz soñada.
¿Qué especie de deidad eres, capaz de recordar la vida, dar alivio y advenir la muerte?
¿Quién tendría más derecho de matar que quien da vida?
Mi más grande miedo es que esta sea la última vez que contemple tu amor encarnizado, reflejado en esos ojos exaltados de pasión y ese brazo que viaja hacia mí…
cada vez que cierres
ResponderEliminarlos ojos,cuando el
viento acaricie tu
mejilla,al entrar el sol
por tu ventana, cada dia