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domingo, 26 de junio de 2011

¿QUIÉN LO MATÓ?




             Por azares del destino, en la misma ubicación geográfica, como por un capricho Superior, se hallaban: un ladrón que no creía ni en leyes ni en justicia alguna; un policía que dormía con el código penal bajo la almohada y un infeliz sin cualidades dignas de mencionar.

            Resumidamente, el primero “mató” al tercero por resistirse a un asalto, mientras el segundo observó a lo lejos sin poder llegar a tiempo.

            Apuntando con una pistola, el segundo grita al primero: «¡Baje el arma, está detenido!». El primero giró en pos al segundo sin demostrar temor, sonrió y prorrumpió: «Disculpe, amable policía, podría decirme, por favor ¿Cuál es el motivo de mi detención?». El segundo, desconcertado, respondió: «“Todavía lo pregunta. Por matar a ese buen hombre»«¡Buen hombre!», inquirió sardónico, «¿Lo conocía?»«No», respondió; «Entonces, suponiendo que este sujeto, no era un “buen hombre”, ¿Me dejaría ir?»«¡Qué cosas dice, por supuesto que no!», dijo el segundo; «Entonces, de nuevo, podría decirme por qué me detiene»«Por matar, ¿está usted drogado o es imbécil?»«Ninguna de las dos. Es que, le prometo que no comprendo la causa de mi detención. Yo no maté a este hombre.»«No juegue más conmigo. Yo lo vi y le repito, suelte el arma»«A ver, aclaremos… Usted observó a una imagen de mí apuñalar a la imagen de otro sujeto. Pero no me vio a mí». El segundo sujeto se rascó la cabeza. «Yo, no soy lo que usted vio. Fue sólo una faceta de mí, también soy padre, hermano y esposo… Usted miró a mi mano apuñalar a un hombre y mi mano no soy yo. Si la cortara, seguiría siendo yo ¿o no? En todo caso, mi mano acercó un cuchillo al sujeto, pero ella no tiene el poder de matar. El cuchillo lo hizo. ¡Llévenselo!»«Es usted un tarado, haga el favor de darse la vuelta para asegurarlo. ¡Cómo si los cuchillos pensaran y tuvieran intenciones»;  «Oh, ahora veo, me arrestas por pensar y tener intenciones. Ni hablar, soy culpable, lléveme. Pero no sabía que fuera un crimen eso»;  «Lo encarcelaré por decidir matar a ese hombre»;  «Y si le dijera que yo no lo decidí… Así como lo oye. Muchas cosas en la vida no pasan por decisión de uno. Yo lo iba a asaltar para llevar comida a mi hogar. Ese hombre malo que yace en el suelo, se aferró tanto a su dinero, que me obligó a matarlo. En todo caso, él murió por una serie de decisiones, no por la mía. Yo ni pensé en lo que hacía, cuando reaccioné ya estaba muerto. Siguiendo con las decisiones, yo no decidí ser hombre, tampoco ser pobre, mucho menos decidí tener el aspecto “poco confiable” con el que la gente me califica. No decidí por los que no me contrataron, ni por los que me echaron de la casa ayer. No decidí nacer en la familia que nací, que considera bueno, lo que esta sociedad considera malo. Ni en eso decidí, la sociedad no me preguntó si estaba o no de acuerdo con su leyes. No decidí que este hombre pasara por este sitio forrado de billetes, tampoco que hubiera pocos vigilantes cerca y menos que usted no me viera antes, ni que no corriera más rápido». El segundo se cuestionó al fin, por qué lo detenía: No decidió matar, rompió una ley a la que no dijo que respetaría. No es incumplimiento: «Pero las leyes», se dijo, «garantizan el bienestar de la población, y promueven la justica. ¡Eureka! Justicia era la palabra que buscaba. Ahora, dijo en voz alta: Te detengo para que la Justicia se cumpla». El segundo sonrió al fin y el primero no comprendió por qué sonreía y cuestionó: «¿La Justicia de quién? ¿Del fiambre? El ya no puede hablar, no podemos determinar qué le parecía justo. ¿De la sociedad? ¿Qué mal le hice a ella? ¿De la familia del aludido? ¿Qué de lo que me hagan puede hacer que se borre el mal causado? Y el mal no lo hice yo, yo sólo hice la acción, el mal fue el resultado, porque yo no sé cómo crearlo. Si supiera que lo que me hagan resarcirá el daño que cometí sin desearlo, me entregaría sin cuestionar».

El segundo bajó la cabeza sin comprender por qué hacía lo que hacía: «Porque es mi trabajo», sentenció. «Llevarás a un hombre a la horca segura para cobrar a un muerto. Tu trabajo es una trivialidad que ni tú mismo comprendes»;  «Una muerte por una muerte, ¿suena justo, no?», dijo el segundo. «¿Así que la aritmética es la respuesta para un dilema moral? De cualquier modo, es un alma muerta y cobrarán con un alma viva. Las cuentas no’más no dan. Dos signos negativos no dan un signo positivo en el mundo real; es decir, dos muertes no dan una vida». El segundo se cuestionó cómo proceder: No podía dejarlo ir, cometió un delito; pero tampoco sabía cuál sería el castigo digno. La venganza no es la respuesta y menos una venganza ajena.

            «Está bien. Es tu trabajo y lo comprendo.», el primero se dio la vuelta para que lo maniatara, «Tengo otra pregunta: ¿Qué le pasará a quien ejecute mi muerte?»; «Nada. El verdugo tiene el permiso del Estado, para llevarlo a cabo. Estará haciendo “Justicia”. Aunque eso ya no tenga sentido para mí».

            Las conclusiones del primero, no convencieron al Jurado, aunque dejó a mucho con cara de confusión, pero las leyes son las leyes y en su mayoría funcionan como “si esto, entonces esto”. No hubo nada que hacer. Lo que un enorme libro decía era  «Condena: La horca». El primero no comprendía por qué moriría. La muerte no encajaba en su lógica. No fue criado como los demás y debía pagar por eso. Lloró amargamente la noche anterior a su ejecución y el pueblo completo no pudo dormir. Pero todos observaron el patíbulo al día siguiente.


Al observar la ejecución, se inquirió, el segundo: ¿Quién es el culpable de las dos muertes? Si el primero no tomó la decisión de matar, no es un asesino, pero el acto lo define como tal. ¿Quién cocina un huevo es cocinero? ¿La muerte por permiso de alguien con autoridad elimina el pecado, la maldad y el delito detrás del asesinato? ¿Por qué la muerte es delito y “Justicia” a veces? ¿Quién es el responsable de decidirlo? ¿Qué nos puede dar derecho sobre una vida?

            El segundo reflexionó: «El responsable de este delito, o como se le pueda llamar, es la sociedad que no da las oportunidades suficientes, las decisiones de otros que se unen a las nuestras; azares del destino; es también mi culpa por no llegar a tiempo y por entregarlo. ¿Quién merece el castigo?»

            La Justicia tomó su rumbo. Ningún crimen se cometió entonces. La mujer del primero sufrió tanto y jamás recibió un porqué que apaciguar sus pesadillas y se suicidó, el mal no se resarció por la muerte del primero, la mujer había creído que así sería. El segundo no pudo dormir desde entonces por un pensamiento que giraba en su cabeza: “El primer hombre murió por aferrarse tanto a su dinero, la avaricia es mala. El segundo mató para mantener a su familia, eso es un acto bueno, a base de un acto “malo” y mereció la muerte. El acto malo se pagó con muerte; el acto bueno, también; y la muerte legalizada quedó impune. Lo que yo hice, ¿qué fue? Tampoco fue mi intención, pero ocasionó una muerte. ¿Qué es lo que merezco? ¿Soy bueno o malo?».

Una noche se acercó a un peñasco y gritó a todo pulmón: «¿Quién lo mató?»; esperando una respuesta que proviniera de alguna parte, pero no la hubo y se arrojó al vacío. Mientras caía un último pensamiento cruzó su mente: «Las tragedias son la consecuencia inevitable de que el mundo gire y no podamos seguirlo en su andar».


All by Sergio Vergara


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